Cuentan los pueblos que viven por el río: “La lucha del COPINH en contra de la represa sobre el río Gualcarque-Honduras”.

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Cuentan los pueblos que viven por el río:
La lucha del COPINH en  contra de  la represa sobre el río Gualcarque-Honduras”.
Melissa Cardoza
En memoria de Paula y Tomás de la comunidad de Río Blanco, mártires de su lucha

 

Contando historias, los seres humanos entendemos y vamos hilando nuestras vidas o las deshilamos para volver a empezar. En Honduras, país donde ir a la escuela o poner atención a los medios de información es refuncionalizar la ignorancia nacional como estrategia de dominio y extender la subordinación como un manto de vergüenza sobre todas nosotras, son los cuentos fuera de las instituciones los que nos alumbran los pasos. La historia oficial es el relato único, blanqueado, insípido, machista y eficaz con el que dormita el pueblo de Honduras. Esa historia se acompaña de himnos nacionales, de colores y fiestas patrióticas, de fechas absurdas y personajes masculinos racializados según la necesidad, pocas veces indígenas, casi nunca negros.

Los cuentos de los pueblos se transmiten bajo pinos y robles; en grupos que se juntan en las milpas, cañales, pulperías, cantinas, alrededor de focos de mano o fogatas, bajo los aleros de las casas comunales, ermitas, escuelas, capillas; en las cocinas que huelen a café y maíz, en la ocupación de la tierra, en la asamblea junto al río y en la fiesta local. Ahí donde hay niñas y ancianos, hombres y jovencitas, mujeres que saben si va a llover o si está barato el tomate y dónde se puede refugiar la vida cuando la alcanza la violencia tan cotidiana para ellas. Estas historias se narran en las comunidades que hacen crecer las hijas, el maíz oscuro y los ayotes. En los barrios donde se protege la esperanza y resuenan las balas asesinas como sonido de películas que una quisiera no fueran ciertas. En todos los lugares donde suceden las lluvias y las noches estrelladas, ahí donde los soles pasan y se construyen las resistencias a contramano de lo permitido.

Esos cuentos son los que hacen posible las luchas colectivas, las mantienen lejos del olvido. Esas historias son mundos hechos, haciéndose y por imaginar, que viven de maíz, de sal, de deudas impagables, de amores diversos y de sangre de gente que se juega la vida por su lucha que es por la vida. Esta historia que narro es recuperada de las gentes que la hacen y no de libros que no existen. Es sobre una resistencia en particular, en una comunidad indígena del pueblo Lenca, cruzada en su territorio y emoción por el río Gualcarque, enorme y poderoso que atraviesa los siglos desde antes que vinieran ellos y que se ha convertido en objeto de avaricia de empresas nacionales y transnacionales para la producción de energía eléctrica que pretenden vender a buenos precios para sus millonarias ganancias.

La historia sucede ahora. Está ocurriendo mientras leen este texto porque aún no se han concluido ahí todas las jornadas. La comunidad de Río Blanco, Intibucá, tiene años en esta lucha, pero este texto se reduce a contar algunas de las lecciones que hemos aprendido desde el primero de abril del año 2013, cuando bajo un roble, llamado colectivamente “El Roblón”, cientos de personas decidieron hacer una toma, ejercicios de autonomía y control territorial y evitar que su río fuera apresado y su voluntad común secuestrada. De eso hace ya más de un año. Agradezco las palabras, el tiempo, las tortillas y sonrisas de Munda y su familia, de Chico y sus compañeros y compañeras de lucha, de Gloria y su modo de entender cómo se debe luchar y ganar, todas allá en la montaña rodeadas de asesinos y solidaridades.

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