América Latina vive un momento de gran reflujo de las luchas populares. Vemos el avance del fascismo neoliberal creciendo en la región a lo largo de ese último período: retrocesos en Venezuela, las elecciones de Macri en Argentina, la derrota de Morales en el referendo por la reelección en Bolivia, el avance de los Fujimori, aunque derrotados, en Perú, el asesinato de Berta Cáceres (y otros activistas) en Honduras, el fuertísimo ataque del Estado mexicano asesinando a 12 maestros y dejando a 25 estudiantes desaparecidos, la proliferación de los acuerdos de libre comercio en la región, el avance de los chinos con la “asociación-colaboración” estratégica con varios países de la región, la creación de leyes anti terrorismo, que atacan directamente a los activistas y los movimientos sociales, y el avance del golpe en Brasil, ahora ya extendido para el Mercosur, solo para traer algunos ejemplos.
Mientras la derecha avanza, sectores de la izquierda vuelven a organizarse, y la resistencia de los pueblos sigue ocurriendo. Algunos ejemplos: Las resistencias indígenas en Bolivia y Ecuador, demonstraciones públicas de estudiantes en Chile y en Argentina, ocupaciones de escuelas en Brasil, la primavera de consolidación de las luchas de las mujeres y, en menor grado, del movimiento LGBT en la región, luchas concretas en los territorios dominados por la industria extractivista en varias partes, como en Perú, Uruguay, pasando por la denuncia de la tragedias brasileñas en Belo Monte y Vale/Samarco (tragedia de Mariana, Minas Gerais), los paros sindicales en varios países, entre tantas otras formas de resistir, de luchar y vivir que marcan nuestra rica y bella región.
El actual retroceso, que parece estar a principios, encuentra fundamentos geopolíticos, económicos, sociales y en la recién construcción de los gobiernos “progresistas” en la historia de Latinoamérica. Son diversas hipótesis que necesitan ser trabajadas por la izquierda, incluyendo la autocrítica. Vamos intentar desentrañar algunos de estos elementos.
Desde el punto de vista de la geopolítica, parece haber un movimiento desde el gobierno de los EEUU que reajusta un dominio más estructural en la región a partir del ataque directo a los “gobiernos bolivarianos”. Al mismo tiempo, avanza una agenda económica con los Tratados de Libre Comercio y la aplicación del modelo neoliberal, además de una mayor proximidad militar. Es importante también recordar que China avanza en un diálogo con varios países de la región a partir de la financiación directa, profundizando el comercio exterior y la dependencia extractivista de la región hacia ellos (compra de tierras, cambios en las leyes laborales, etc…), lo que exige una reacción más estratégica por parte de los Estados Unidos. Sin embargo, estos gobiernos “democráticos populares” cuando toman medidas o señalan algún tipo de política que sigue un rumbo contrario a lo que el capital y las elites desean, son sacados de sus gobiernos de manera antidemocrática por medio de golpes, como el caso de Honduras en 2009, de Paraguay en 2012 y más recientemente, aunque en proceso, en Brasil.
Desde el punto de vista económico, debemos comprender que América Latina está introducida históricamente en la División Internacional del Trabajo cumpliendo dos papeles fundamentales: a) Ofrecedora prioritaria de recursos naturales (energéticos, alimentares y minerales) para la gran reproducción del capital mundial; b) Espacio de reciclaje y valoración del capital a partir de las dinámicas de privatización, endeudamiento y sobre explotación de mano de obra. En todas las épocas históricas de este sistema, el rol de las diferentes regiones ha sido alterado. Todavía, el rol de Latinoamérica no se modificó en los últimos tres siglos, evidenciando ser ese un factor estructural de nuestra dependencia.
No obstante, entre el final de los años 90 y parte de la década pasada, un fenómeno nuevo surgió en la región. El crecimiento por encima de la media mundial de los precios de las materias primas permitió un crecimiento real de la renta de una parte de los países. Este periodo coincidió con la elección de gobiernos progresistas que pasan a contar, por lo tanto, con una doble oportunidad: una fuerza política crítica en un escenario de menor dependencia externa.
La decisión de cual rumbo seguir dependía mucho más de los proyectos políticos en cada país y, no por casualidad, cada país adoptó iniciativas diferentes. Este enfrentamiento de modelos persistió durante todo este período y no alcanzo una unidad real en la región que apunta para rompimientos estructurales. En general, hubo un agravamiento de la dependencia a partir del avance de algunos sectores estructurales del capital, como el agro negocio, la industria extractiva, la especulación inmobiliaria, las milicias urbanas y el sector financiero.
La crisis financiera de 2007/2008, que resultaría más tarde en la queda de los precios de las materias primas, puso en jaque una gran parte de los gobiernos “populares”, incrementando la dependencia de recursos chinos y obligándoles a avanzar en políticas aún más regresivas, aunque intentando mantener algunos aspectos de las conquistas del ciclo anterior. Desde el inicio de la actual década de los años diez (10), la crisis se agrava, permitiendo el retorno de las presiones de la burguesía neoliberal.
Desde el punto de vista social, vemos las demandas de nuevos movimientos y de la juventud no encontrar eco en la mayoría de estos gobiernos. En vez de eso, se producen tentativas de apaciguar las insurgencias populares, la mayoría de los gobiernos de izquierda de este ciclo toma medidas antidemocráticas, poniéndose evidentemente como gestores del capital y haciendo surgir una nueva generación, por otra parte, con poca referencia organizativa por supuesto, pero abiertos para construir nuevas organizaciones.
Además, los movimientos tradicionales, especialmente aquellos conectados a la lucha por el territorio (indígenas y campesinos), a pesar de mantener su respaldo a estos gobiernos, también vieron que sus agendas se alejaban. Hubo ataques importantes a los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBT. Además, hubo un relevante avance del fundamentalismo religioso vinculado con la política institucional que promueve y sustenta la opresión del género y de la orientación sexual. Este mismo proyecto fundamentalista avanza sobre otras aéreas más vulnerables en toda América Latina. Las aéreas más afectadas – en un primero momento, por el fracaso de los gobiernos progresistas y ahora, por la mano pesada del neoliberalismo en su fase más austera y privatista – son también las que constatan que sus comunidades están siendo tomadas por las iglesias que predican el odio, la intolerancia y la manutención del status quo.
Estas mismas instituciones están representadas en diferentes sectores de la sociedad, en los gremios estudiantiles liderados por el fundamentalismo y comunidades que apoyan y militan bajo la consigna Tradición, Familia y Prosperidad.
La agenda de los derechos y de los cambios estructurales que no se han concretizados, resultó en casi todos los países de forma más concreta en el avance de los sectores más tradicionales de la burguesía, pero destacamos aquí el aspecto de la militarización de las ciudades y del campo y en una más creciente ola de represión en contra de los movimientos sociales, a la juventud y contra la populación pobre y que viven en las periferias. En varios países, hubo aprobación de leyes anti terroristas y el combate al narcotráfico, promoviendo el genocidio de los pueblos tradicionales y de la población joven, negra y inmigrante, los cuales son los símbolos del mayor proceso de criminalización.
Ahora entramos la parte más difícil de un análisis: ¿Cuál es el rol de las opciones políticas hechas por los gobiernos que asumirán la mayoría de los países de Latinoamérica a partir de los meados de los años 90 hasta el final de la primera década de este siglo? ¿Cuál es el legado dejado?
No tenemos condiciones de avanzar en la respuesta ahora. Pero, por otra parte, es posible constatar que los retrocesos estructurales que vivimos en el último año apuntan para otra constatación importante: vivimos el fin de un ciclo político de la izquierda en Latinoamérica. Son distintos los intelectuales que apuntan a esto y la gran mayoría de estos autores también ya señalaban que el fin de este ciclo tiene que ver con la estrategia adoptada por la mayoría de los gobiernos progresistas. En las palabras de Boaventura de Sousa Santos:
“Los gobiernos populares decidieron, entonces, a profundizar el modelo de desarrollo extractivita con el objetivo de separar parte del ingreso resultante de esta alta para hacer la redistribución social. O sea, no cambiaron el modelo económico. Permitieron que los ricos y las oligarquías siguieran enriqueciendo. Los bancos, por ejemplo, nunca ganaran tanto dinero en Brasil como en los tiempos de Lula. Pero como los precios eran altos, quedaba un excedente significativo para hacer una redistribución sin precedentes. Por medio de mecanismos como Bolsa Familia y otras políticas sociales, fue posible que 45 millones de personas dejaran la pobreza, lo que es un hecho político muy importante. Todavía, no se trataba de socialismo, porque dependía totalmente de los precios internacionales, en cuya formación, el Brasil no incide de ninguna forma.
Por eso, por aceptar este modelo de desarrollo, aceptó también el modelo político que estaba por detrás, y que venía de mucho antes. Este modelo político es colonial. Hay una continuidad enorme con el modelo colonial que había sido suspenso en algunos países por la industrialización y la sustitución de las importaciones. Durante estos gobiernos populares, no hubo cambios del sistema político, ni del sistema de medios de comunicación, ni del sistema de impuestos – y resultó que los partidos en el gobierno terminaran encarcelados en lo mismo proceso que servía a las oligarquías y a las derechas tradicionales.”
Los cambios en la calidad de la intervención de la derecha fascista y el retroceso en casi toda Latinoamérica, los ensayos de organización de la izquierda y el surgimiento de nuevos actores y movimientos sociales como protagónicos de la resistencia muestran que la realidad de esta segunda década de este siglo XXI es muy distinta de los años 80 y 90. Es necesario un nuevo proyecto de integración que incluya a estos nuevos actores sociales en la región, y al mismo tiempo favorezca el acumulo de fuerzas para la ruptura con el sistema.
Para construir este proyecto no juntamos en esta Jornada en Defensa de la Democracia y el rechazo al Neoliberalismo. Sin embargo, tenemos que reflexionar para allá de nosotros. Debemos contribuir con los procesos vivos de lucha, de resistencia y construcción, teniendo como referencia los territorios y las nuevas fuerzas sociales que surgen. Consolidarnos como una red de apoyo a los movimientos sociales nos parece ser algo esencial. Es necesario que busquemos ser un local de síntesis, respetosa y constructiva de estas experiencias. Lograr involucrar más movimientos sociales sin imponer una agenda y principalmente buscar lo que hay de más específico y al mismo tiempo buscar la contribución más fundamental, que bien desarrollada tendrá la consistencia y la fuerza social para el éxito del proyecto.
Finalmente, debemos concentrarnos en construir un espacio de promoción de las luchas y de avanzar en la formulación programática. Y estas formulaciones programáticas deben avanzar sobre las bases del balance crítico del ciclo que determina, aun mirando a los desafíos en concreto, mirar para donde la derecha avanza, y en este sentido:
1. Combatir el neoliberalismo, el dominio del mercado financiero, el sistema de la deuda, los acuerdos de libre comercio en los moldes de los TLCs, bien como las nuevas formas del imperialismo traídas por la relación con China (corredores de exportación, venta de tierras a los extranjeros y la flexibilización laborista) es el primer paso;
2. Luchar por democracia, por la participación popular y en contra de la criminalización de los movimientos;
3. Defender el papel protagónico de los movimientos sociales y cuestionar las iniciativas de conciliación de las clases que llevan a la manutención del modelo político actual y;
4. La centralidad de la agenda y la unidad latina y caribeña para la superación de los mecanismos seculares de la dominación con énfasis en un proyecto que huya de desarrollismo y que sea forjado por la defensa de los Bienes Comunes, el ecosocialismo, y contra la mercantilización de la naturaleza y de la vida.
Buen debate! Buena Jornada!
Francisco Carneiro de Felippo
Economista de la red Jubileo Sur Brasil